jueves, 21 de abril de 2011

Monólogo pretéritamente imperfecto

Quisiera que algún día se casara el café con las tostadas. El diario con el jugo de naranja. Que el sueño no me penetrara cuando estoy pensante por la noche o suspendida en la mañana.

Quisiera que los días tuvieran pausas en las que la gente pudiera verse desnuda. Que no exista la ropa interior. Quisiera entender el color de la lluvia, el del horizonte que se vuelve espuma, experimentar el sabor de una esponja en la ducha.

Quisiera que las nubes fueran cremosas, los árboles dulces. Quisiera salir a la calle y no temerle a las baldosas ni a su complejo sistema de lunares que se reproducen. Quisiera que el conocimiento fuera intercambiable y también el sexo por un día y entonces al fin sentirme un ser humano conciliable.

A veces quisiera no tener elección sobre qué querer sino una simple y concreta opción para escoger. Que un cumpleaños te sorprenda en cualquier fecha y no contar las horas entre estación y estación sino dar vueltas. Y vueltas. Y vueltas hasta que por fin un instante el inconsciente caminara de día como de noche de la mano de mi vientre que tanto se desconocen.
Quisiera que esta letra grande no me llamase más la atención que las anteriores y por eso hacerlas sentir inferiores.

Quisiera no querer el querer ser querida por aquellos que quisieran quererme más lejos de lo que yo quisiese que me quisieran querer y nunca más poder elegir quién querer ser, sino serlo sin querer.

miércoles, 6 de abril de 2011

Cáncer de Ideas

Es el momento de confesarles, mis queridos oyentes, que en mi cabeza prospera un tumor altamente maligno que se expande a lo largo de toda mi corteza cerebral. Ha invadido el continente más concurrido por mis neuronas hijas de La Corte del Paraíso que ahora se apagan y ensordecen con el canto de las rocas. Recuerdo el día que se instaló en mi jardín de epitálamos. Yo era pequeña, tenía una colección de cisnes y un lago de cuentos. También tenía una amiga, Felipa, a quien nunca conocí pero siempre me habló desde el edén a través de mis ojos. Nos divertíamos buscando el lunar más grande en las paredes de mármol de mi baño. Siempre me aconsejaba en la plaza con qué niños jugar y jamás se equivocaba.
Un día cayó un pedrusco con forma de arroz, no muy grande y allí se quedó en silencio. Con el paso de los días lo vi que empezaba a alimentarse de mis cisnes y de mis cuentos. No hacía otra cosa que engordar y perforar mis lóbulos temporales. Obviamente, Felipa murió aplastada y entonces yo sentí un gran vacío. Sin Felipa todo me generaba desconfianza.
Un día la piedra me empezó a hablar, a dar órdenes. Sembró miedos en todas las flores de mi jardín por lo que obedecí hasta quedar presa de sus mandatos. Así viví 10 años de mi vida, esclava de este cáncer y ausente en mis ilusiones. Mi mente ahora atrofiada corre un grave peligro provocado por la extinción de ideas en uno de mis hemisferios. El médico me dijo que escribiera cuentos para que volvieran los cisnes a mis lagos y así poder combatirlo. Por eso escribo.
Si dicho está este monólogo, entonces pueden ahora preguntarse mis queridos oyentes, si sus ideas no correrán el mismo peligro de ser víctimas reprimidas y ofuscadas de esta enfermedad que aniquila el inconsciente del ser humano echándolo a las irrevocables tierras de la mediocridad.