Anoche volvió la sombra.
Yo estaba enterrando la última lágrima en mi balcón, cuando
la sentí posarse en mi hombro.
Me estremecí.
Recordé la primera vez que la vi.
Oh…
vestía de colores
y me visitaba en mi balcón.
Rodábamos juntos en las épocas que mi balcón era grande.
Ella me enseñaba a trenzar la tierra y yo le enseñaba a
cantarle a las plantas cuando estaban por morir.
Con el tiempo y las aguas, el balcón se fue achicando de
manera exponencial y ella abandonó los colores. Sabía que al verla quedaríamos
inmediatamente enclaustrados.
No pude evitarlo.
Y mientras rodaban nuevamente las lágrimas de la perdición,
las baldosas comenzaban a temblar
y el vientre... ay, el vientre...
Guardé silencio hasta que me brotaron tentáculos.
Una oruga se trepó a mi cabeza y empezó a gritarle para
ahuyentarla.
Pero su negrez me encegueció y no pude ver más.
A la mañana siguiente desperté.
Y pude ver el desastre.
Las difuntas y sepultadas lágrimas sobre la tierra habían
inundado mi balcón,
que por cierto ya no era más balcón
sino polvo trenzado en la tierra.