martes, 1 de febrero de 2011

El grillo y el pulpo

Todo comenzó en una bañera repleta de pieles y lenguas cocidas. Una luz pálida afilaba el mármol de las escaleras, dejándonos en penumbras como mariposas azules. Nos deslizábamos con el vientre entre los codos con plumas grises en la boca y sudor de caramelo en el cuello. Recuerdo mis pechos pegajosos, estridentes, parecían estrellas. Por un momento miré al techo. Había un pulpo que nos observaba, estático. Nos detuvimos a mirarlo. Era fucsia con bordes violetas. No dijo nada, sólo emitió un ruido viscoso. De repente ¡plaf! Cayó al piso. Lo observé de cerca. No tenía ojos ni boca ni pies, pero su redondez me dio la sensación de que estaba muy solo y quería que lo alzara. La bañera desapareció y quedamos él y yo solos. Alcé al molusco y al hacerlo me estremecí por la cantidad de viscosidad que emanaba la textura de su piel. En frente mío se dibujó una ventana. Ya estaba abierta. No quedó otra. Me sentí muy segura de arrojarlo al abismo así que con las dos manos lo saqué afuera. Antes de hacerlo, lo miré por última vez. Era un bebé. No entendí si era de carne o porcelana, pero me habló. Me dijo que ya sabía que moriría. Así que lo arrojé.


Caí en una playa. A mi derecha, un médano gigante amarillo y puntiagudo crecía sin límites. A mi izquierda, una hoja muy verde contrastaba con el médano y me sonreía. Un grillo vestido de traje se trepó a mi pie. Me dijo que le encantaría verme disfrazada de flamenco. Me causó gracia. Conversamos un largo rato. Le confesé que temía el mar profundamente y le pedí que me llevara lejos de él. Me invitó a su casa de fresias, detrás del médano. Acepté. Caminamos entre veredas de amapolas y ramos de jazmín, yo llevaba un vestido celeste hasta las rodillas. Al llegar me quitó el corpiño y me pidió que me disfrazara de fresia. Me causó gracia. A él no. Me dijo que se acercaba una ola larguísima. Observé lejos: el mar ya empezaba a derretir los médanos. Corrí espantada. Resolví huir pero el grillo seguía posado en mi ojota. Me enojé y lo arrojé al agua. Luego me arrepentí pero ya era tarde.