sábado, 23 de octubre de 2010

Huecos

La masturbación del deber ser pretende conquistar el espacio y con su capa azul convierte la vida de miles de colores en desgracia. Yo también le creí. Me prometió me enseñaría el aire de laurel si me trepase a su espalda y no lo dudé un instante.

 Fueron días amarillos. Las baldosas ocultaron sus lunares y de la tierra nacieron miles de ladrillos, tantos pero tantos, que aprendieron a apilarse solos.

La caminata se volvió fastidiosa. Y absorta por la efímera silueta del instante, el trauma superó las pieles del pasado.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Manifiesto

De alguna manera, tu forma de ser no me perdona. Discrepancia, incompatibilidad, y sobre todo el desorden, son las enfermedades que no nos dejaron opción. No significa que no hayamos pasado por varios intentos fallidos de remediar la situación y de montar la ficción más grande, que sin duda fue, esto. NOSOTROS, sostenidos por, ideas, bañados en, chocolate. Es más, quizás el miedo a derretirnos fue lo que nos hizo volvernos tan glotones y olorosos.
¿Auténtico? no por favor…todo menos eso. No encuentro la talla indicada para intimidar tu racionalismo constante, ese que me fastidió durante numerosas y extensas madrugadas, hasta hacerme estallar las neuronas en mis pulmones. 
No me entra el aire, no puedo respirar. 
Ahora se fue… sí, mucho mejor.

sábado, 2 de octubre de 2010

Estabas Despertando

Amanecí con las manos frías. Mis pies seguían adormecidos en una posición fantástica. Quise distinguir el izquierdo del derecho para lo cual tuve que observarlos un largo rato, siguiendo el camino desde mis piernas. Me acordé de tus pies con los míos. Tu apariencia imprevista resonó forzosamente en mi consciencia. Abrí y cerré los ojos tres veces buscándote en otro lugar que no fueran mis pies, mejor dicho, en mi inconsciente. Es difícil recordar con consciencia lo que uno creó sin ella. Revolví todos los rincones, husmeé hasta por debajo de las alfombras y por encima de los calefactores, por entre las plantas y trepada a las columnas de la galería llegué a sentirme la más ridícula de todas… Pero no me cansaba. Por instantes creí que te encontraba pero te desdibujabas fácilmente.
Entonces, decidí llamar al ingeniero. Le conté la angustia que sentía de no poder encontrarte en un lugar tan mío. Lo primero que me dijo fue que tenía que parar y que mi actitud era intransigente. Me contó que cuando él no logra resolver sus secuencias aritméticas sale a caminar y observa las imperfecciones de las baldosas. Al volver se sienta y resuelve todo en un solo instante. Luego me habló horas y horas a cerca de la belleza de la linealidad de los sistemas y otras cosas más que me aburrieron y tuve que colgar.

Pasaron unas horas de soledad y frustración cuando pensé en llamar al administrador: él iba a encontrar la forma más indicada de ordenar mis pensamientos y así buscaría con más facilidad. Me atendió muy ocupado, pero me aconsejó que prestara atención a todos los acontecimientos que me rodearan y los metiera en cajas, así ellos no perturbarían mi vista y entonces quizás te encontrara en el camino. Me pareció bastante lógico, así que comencé a guardar los muebles, los adornos, mis perras, mis ansias y mis peluches, todo clasificado y en cajas, hasta vaciar la habitación. Pero no apareciste.

Mi frustración creció tanto que no cabía ni en las cajas más grandes que conservaba. Empecé a llorar desconsolada sobre un sillón que se había acomodado por ahí. Un extraño se acercó hacia mí. Sólo lo sentí y noté que se acomodó a un costado del sofá. Lo miré un poco borroso y me saludó con un brusco beso en la mejilla. Sonreí apenas como en forma de agradecimiento para que pudiera seguir su camino tranquilo, pero él me arrimó hasta su pecho. No me molestó, simplemente seguí sollozando. Luego de un tiempo me sentí rara: me perturbaba pensar que podrías llegar a descubrirnos en esa situación, lo cual no sería justo, pero al mismo tiempo nada me forzaba a apartarme de él. Conservaba una naturaleza galopante que me devoraba y me llenaba de ansiedad. No aguanté más, el corazón me golpeaba en el pecho y tenía que contarle lo que me pesaba, pedirle que me ayudara a encontrarte. Me sequé los ojos y lo miré. Abrí la boca para decir algo, pero no pude. Mis manos estaban frías y mis pies adormecidos. Quise distinguir el izquierdo del derecho para lo cual tuve que observarte un largo rato.

Claro que sí, eras vos.