martes, 22 de mayo de 2012

Sinfonía de Espera

Era una noche sin contornos. De una bruma que se parece a rocío invertido y que llega a tocar con los pies los edificios más altos de la ciudad. Esa que te obliga a entrecerrar los ojos y fruncir el seño, que viene escoltada de una llovizna invariable y fastidiosa. Yo me encontré quieta en el auto, con el motor encendido, las gotas golpeando el parabrisas, los vidrios empañados y un grano mal parido ubicado en el lado izquierdo de mi boca que no paraba de molestar. Acompañada, por supuesto, de mi más fieles compañeras,
las incondicionales,
las moralistas,  
las paulatinas y sosegadas,
las señoritas HORAS (si no las destaco se enfadan y empiezan a multiplicarse), que no se  despegaban ni un segundo de mis ojos,
de mi frente,
de mi teléfono
y tampoco de mi espejo retrovisor.
Yo, como siempre, fiel a la puerta de enfrente que se burlaba de mí y de mi grano punzante. Más cerca de ser estatua que pincel bailando, algo sofocada, comencé a golpear mi frente contra el volante numerosas veces, intentando acelerar el ritmo de aquella tediosa sinfonía.
Pero no.
No hubo caso.
El teléfono mudo, el aire quieto y un trueno que reposaba en un calderón para resolver en una cadencia plagal eléctrica que sonó bastante desafinada. Para mi mayor desagrado e insatisfacción, un gato se detuvo a mirarme compasivo.
Por un segundo quise ser como él…
mejor dicho,
quise ser él.
Supongo que fue cuando sintió fuerte mis anhelos, que salió corriendo hacia la otra esquina.
Y otra vez de la bruma a la puerta.
Pasó un largo rato y yo con la mirada alternada entre el retrovisor y el teléfono para acentuar mi vacío y soledad. La lluvia se volvió más sólida y sentí que tenía que imitarla.
Lo hice.
Fue como bailar un vals.
Y mientras llovíamos juntas, vi que finalmente se abría la puerta
Y salió el perro.
Se subió a mi auto pero no emitía sonido. Sin querer lo mojé y se enojó muchísimo, tanto que rugió como león y me arañó la cara con una mano.  Cuando lo quise acariciar me mostró sus fauces.
Yo sangré todo el viaje y el parabrisas se puso nervioso. Cuando frenamos el perro me dio un beso de amor y se bajó.
No pude seguir.
La bruma me llegó a los ojos, nubló mis anhelos y por último, el vidrio dejó de brillar.

2 comentarios:

  1. Muy interesante, la espera....
    Pablo

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  2. Logras que uno se sienta parte del relato, el clima, el momento...
    Gracias CAnde!! Sos una artista!!!
    Besos
    Vero

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