sábado, 25 de junio de 2011

El Acis de Sicilia

Durante las frescas noches del refugio, la bella ninfa Galatea se sentaba en una inmensa roca que le recordaba a sus ancestros. Con el corazón en la tierra, no dejaban de mirarse. Galatea aprendía a su lado el paso del tiempo pero no dentro del espacio, sino como el idioma que hablaba el viento. Les gustaba contemplar cuando la luna llena transformaba las lagunas en vientre de llanuras y las hacía copular con el reflejo de gruesas montañas. Dormían abrazadas entre estación y estación y pasaban horas escuchando el ruido de las hojas secas golpear la tierra.
Un día se adentró un Cíclope al refugio. Reclamó a su adorada Galatea, la raptó y amenazó a Acis, la roca, con dejarla amorfa hasta el fin de la existencia si ella intentase detenerlo. Acis no logró rescatar a su amada pero juró venganza.
Galatea fue secuestrada en la cueva de su victimario Polifemo. Allí paso días y meses encerrada bebiendo agua exprimida de las arenas húmedas y comiendo restos de hojas secas. Polifemo se acercaba en el alba, mientras ella soñaba, para oír sus anhelos. Luego soplaba sus pechos para poder ver con claridad sus pezones que tanto le inquietaban.
Una noche de rayos y tormentas Galatea aprovechó el estruendo para echar al viento un grito de desesperación. Éste viajó en el aire hasta llegar a Acis y contarle acerca del escondite donde se hallaba secuestrada su ninfa. Para ello entonces le pidió al río que la condujera a aquella cueva donde se escondiera el Cíclope. Al día siguiente, al llegar a las orillas de su cueva, Acis vio a Polifemo tomando agua del río. Cuándo él sumergió sus manos entre las rocas, ésta la aplastó dejando una de sus manos atrapada. Polifemo furioso juntó fuerzas y logró salirse de aquella batalla, pero su mano empezaba a morir. Todo su cuerpo empezaba a dormirse. Con la otra mano golpeó la roca y luego la arrojó al aire. El Cíclope agonizaba mientras Galatea, al escuchar la roca romperse en mil pedazos, corría inmediatamente hacia ella. Reconoció en aquellos pedazos a su amada Acis ya muerta.
Entonces con su sangre y sus lágrimas alimentó aquel río para poder bañarse en él cada día. Lo llamó el Acis de Sicilia y cuentan las montañas, las que más son de confiar, que de tanto bañarse en aquellas aguas quedó preñada y dió a luz tres críos: Gálata, Celto e Ilirio.

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